El Viernes por la noche tuve la cena de despedida del chiringuito. Sobre 18 excompañeros y el HijoPuta (de acoplao) me invitaron a cenar en Casa Felisa y me llevaron de copas. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto en una cena de despedida, quizás porque, de no ser por la del 112, era la primera vez me despedían.
No faltó de nada. Un buen grupo de las nuevas generaciones de la empresa aquello y un montón de afortunados que ya han huído de el lado oscuro. Vinieron casi todos los horribles que formábamos la oficina en un primer momento, aunque algo cambiados... Alguna ahora es mamá; otros ahora trabajan en Vigo y sueñan con volver a Santiago; otros buscan el origen de la bombilla en las patatas; otros antes eran maricas y, ahora, siguen siéndolo (pero viven con "su novia" para disimular)... eso sí, todos siguen siendo alcohólicos.
Después de cenar me dieron mis regalos de despedida: una tarjeta firmada por todos y una diana enorme para colgar en la pared del salón (en la que faltaban un par de fotos...). Ahora sufro llamadas del hippie para que lo invite a cenar en casa y a una partida de dardos... ¿pero este que se cree? ¿que mi casa es Woodstock?
Después de tomar unos chupitos y algún que otro chupito (más), nos fuimos de copas... Primero fuimos a un local que no conocía "vamos a éste, que se pueden fumar porros" - dijo Víctor -. En ese momento, empecé a pasar miedo. Entramos en un local bastante guapo, típico local de la zona vieja que le da mil vueltas a cualquiera de la zona nueva, aunque olía algo raro (y no había nada estropeado en la nevera)...
De ahí nos fuimos a locales algo más normales en los que incluso podía oírse la música. Estuvimos dos copas en Quintana donde, como de costumbre, oímos MÚSICA. De ahí ya para Blaster, ahí empezó la pesadilla. No se cuántas copas estuvimos allí, porque recuerdo bastante poco.
Y creo que hasta aquí puedo contar. El resto, una resaca horrible.
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